viernes, 4 de mayo de 2012

¿Es posible morir de pena?

Cuando era pequeña me regalaron dos tortugas, creo recordar que ambas eran hembras y mi hermana y yo jugábamos con ellas; las mirábamos como descansaban en su acuario con sus palmeritas y las atiborrábamos a comida. No recuerdo si fue al año o dos años una de ellas murió y a partir de ese día la otra empezó a estar rarísima, no comía, no se movía... y a los pocos días murió. Cuando pasó aquello me puse a pensar qué le había pasado y llegué a la conclusión de que se había muerto porque ella quería, de la pena que tenía por haber perdido a su compañera. Por supuesto, la gente se reía de mí, es sólo eran tonterías.
Fueron pasando los años y una persona  enfermó y ,tras sobrevivir varios años sin curarse, murió. Su marido, su amor de toda la vida, se quedó muy tocado. Estaba siempre triste, sin ganas de hacer nada y yo lo vi claro: sabía que quería morir y tarde o temprano lo haría. Fue pasando el tiempo y su pena no se curaba, cada vez iba a peor, rebuscaba entre las cosas de su mujer, seguía hablando de ella...no conseguía avanzar. Un día, su corazón empezó a fallar y en ese momento supe que el momento se acercaba. Prácticamente al año de la muerte de su mujer, él falleció también.
Mi teoría se refutaba; era posible que una persona consiguiera hacer que su cuerpo fallara para poder aliviar esa pena, ese vacío tan grande que la otra persona había dejado.

Aún hoy, sigo pensando que nuestro cerebro tiene tanta fuerza que es capaz de forzar a nuestro corazón, tanto para bien como para mal, y que la pena puede llegar a ser tan grande como para que nos autodestruyamos en busca de algo más.

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